Sin pensamiento crítico.

El chatGPT nos delata: no queremos pensar

El “efecto WOW” generado por la difusión del ChatGPT me lleva a escribir este artículo para poder pensar algunas cuestiones importantes. Para ser muy sincera: no me impresiona tanto el chatGPT como este efecto ingenuo que genera. Y, sobre todo, el subtexto que implica: que, como audiencia, nos conformamos con una información sin pensamiento crítico y que, como creadores, estamos dispuestos a no querer desarrollarlo.

Tengo la sensación de que la inteligencia artificial se hace cada vez más capaz y de que nosotros, a la misma velocidad que ésta avanza, renunciamos a nuestras capacidades más especiales, aquellas que todavía, ni de lejos, la inteligencia artificial puede realizar. Somos nosotros, al parecer por una extraña razón que habrá que investigar, los que nos adaptamos a las inteligencias artificiales y no al revés. Ansiamos encontrar todo tipo de dispositivos y servicios que nos faciliten la vida pero tenemos demasiadas ganas de ceder nuestras habilidades más preciadas, aquellas que probablemente nos hacen más felices. ¿No es el acto de crear, el uso de la creatividad, de las cosas que más felices nos hacen? ¿Dejaremos de escribir, dibujar, componer…? Y entonces, ¿Dejaremos de saber escribir, dibujar, componer…? Y, por ende, si no ejercitamos esas capacidades, ¿se verán mermadas? ¿Es cierto que las IAs pueden darnos más espacio y tiempo para crear? Todas estas preguntas me hago.

El chatGPT crea textos una vez que le pides que hable de un tema o le haces una pregunta concreta. Dicen los que saben y los que lo han probado lo suficiente que está bien para resumir textos, para adaptar explicaciones de temas complejos a públicos generales, para saber más o menos de qué va algo, para transcribir notas de voz, para hacer traducciones… Los más avispados señalan que efectivamente hace todo esto pero que no lo hace sin fallos. No nos proporciona versiones definitivas o pulidas: en el mejor de los casos, genera un primer borrador con el que empezar a trabajar. Alertan también lo más críticos que se cuelan falsedades, datos poco contrastados. Mi propias pruebas y usos del chat me llevan a dos consideraciones. Primera, el chat no da respuestas precisas sobre conocimientos especializados. Yo hice algunas preguntas específicas de filosofía referidas a datos concretos, no a razonamientos, y el chat no supo responderme adecuadamente. Mi pareja también hizo una pregunta sobre una cuestión empírica bastante asentada en su campo de especialización, el vino, y el chat tampoco respondió bien. Por tanto, no solo el chat carece de ciertos datos y proporciona respuestas falsas en ocasiones, sino que en lo que a datos e información especializada se refiere las lagunas son enormes.

La segunda observación es aún más importante. El chat no piensa críticamente, no mira un problema y lo define desde diferentes prismas, atisbando diferentes posibles definiciones y preguntas, no elabora un razonamiento recogiendo las diferentes teorías existentes sobre algo y comparando y de nuevo haciendo las preguntas relevantes. No tiene en cuenta las personas, las sensibilidades y los colectivos en juego, así como no es plenamente consciente de los sesgos que tiene (reconoce tenerlos pero no especifica cuáles). Tampoco, por tanto, es capaz de desgranar en la exposición sus supuestos. Puesto que no tiene sentimientos no puede tampoco ser ético, a lo sumo asume y finge una ética derivada de sus propios sesgos (probablemente, de partida, una ética utilitarista).

El chatGPT no piensa críticamente y, visto lo visto, nosotros ya apenas tampoco. Muchos textos en internet ya se hacen usando inteligencias artificiales similares. No solo la calidad en la redacción en general es cada vez más pobre sino que la reflexión crítica brilla por su ausencia. Es muy difícil hoy encontrar textos que describan un problema tratando de aportar una definición preliminar, formulando preguntas cuestionadoras y afinadas, que luego surquen las diferentes evidencias y teorías, analizándolas, poniéndolas en relación con argumentos y con sentimientos y sentires relevantes, para, haciendo visibles ciertos sesgos y sus posiciones éticas, involucren al lector en una búsqueda de la verdad o, al menos, lo interpelen para continuar el diálogo. Las IAs ni de lejos saben hacer esto. Y menos con la fuerza y la espontaneidad de aquel ser humano que escribe, cuya pasión por lo que está diciendo transciende el papel y la pantalla, donde sus dedos encarnan lo que su voz interna le dicta. Y no solo hablamos de pasión sino de belleza. No de lo bello por cliché, no de lo bello instagrameable, no de lo bello cercado y determinado en conexiones ya habitadas. Podemos asociar el adjetivo “indescriptible” al amor, un buen cliché que sin duda la IA reproducirá en sus poemas innumerables veces, pero más difícil es otorgarle adjetivos como “resbaladizo”, “pesado y ligero” como hiciera Kundera, o “usado, pegajoso”, una imagen que ha sentido todo aquel que ha permanecido lo suficiente en una relación de convivencia sostenida. La belleza de una creación no es conmensurable a un número ilimitado de repeticiones y combinaciones posibles, sino que aparece en lo único y auténtico del sentimiento original.

Nos hemos consumido en una racionalidad instrumental, aquella que definieron los filósofos Adorno y Horkheimer en 1947 y que daba demasiada importancia a datos, medidas, productividad y potencia de procesamiento. Y ha sido y sigue siendo, sin duda, nuestra principal ideología: la ideología con la que programamos esas inteligencias artificiales. Afortunadamente, nuestra racionalidad no es solo eso. El ser humano goza de una racionalidad sensible o una razón poética, como defiende el centenario filósofo francés Edgar Morin o reivindicaba la filósofa María Zambrano.

Por tanto, ¿por qué la mayoría de lo que leemos y vemos ya no tiene ni pensamiento ni belleza? ¿Para qué audiencia escribe el chatGPT? Estamos renunciando al buen pensamiento, a aquel pensamiento crítico que nos permite abrazar la razón sensible.  Y con ello estamos renunciando a ser éticos, creativos y bellos. Esa belleza que va más allá de lo perfecto, fraguándose desde la página en blanco, sin plantillas, aquella que te atraviesa, que a veces es tan fea que es bella, que es dolorosa y preciosa a la vez, que cuesta ordenar, cuyos trazos no son lisos, que se cuestiona y nos cuestiona radicalmente. La belleza de aquel que mira a su enamorado y ve cicatrices, hoyuelos, dientes no alineados, que costaría describir a una inteligencia artificial y que, en todo caso, no se agotaría jamás en dicha descripción. La belleza más allá del cliché y del lugar manido, aburrido, predecible.

Así que yo, pecando de nuevo de racionalidad instrumental, pero haciéndola servir a una razón ampliada, me pregunto: ¿Dónde queremos invertir más esfuerzo y dinero: en crear cada vez más potentes IAs o en enseñar a leer, escribir, pensar y dialogar a nuestra sociedad? Está claro hacia dónde mira el mundo. ¿Hacia dónde quieres mirar tú?

Maria Angeles QuesadaComentario